¿No habéis oído hablar de la mujer que tachaban de loca? Sí, esa mujer que se dedicaba a encender velas al medio día.
Un día decidió salir corriendo por las calles de la Gran Ciudad gritando “¡Busco al amor! ¡Busco al amor!”
Los transeúntes más cínicos reían a carcajadas. Incluso la rodeaban contoneándose, la acorralaban y decían cosas como:
-Qué, ¿se ha perdido el amor?- decía uno.
-¿Se ha perdido como un niño pequeño?- preguntaba otro.
-¿O es que nadie puede mostrártelo?
Así gritaban y reían.
No.
El amor al que ellos se referían no era el que de verdad estaba buscando.
Finalmente se armó de valor.
-¿Dónde se ha ido el amor? Yo os lo voy a decir- les gritó.- ¡El amor ha muerto y nosotros lo hemos matado! – Hizo una pausa.- Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos ha dado la esponja para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar esta tierra de la cadena del que era su Sol? ¿No caemos incesantemente? ¿No vamos como errantes a través de una nada infinita? ¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No veis oscurecer cada vez más? ¿No es necesario encender velas en pleno mediodía? ¿No oímos todavía cómo los sepultureros del amor construyen bellas tumbas en su honor? ¿No habéis escuchando nunca una canción, una melodía, un poema? ¿No notáis que se marchita como la Rosa? ¡No sólo las plantas se marchitan! Pero he llegado demasiado tarde.
La gente seguía riéndose de ella mientras veían cómo se marchaba, cabizbaja. Entre sus labios aún se escapaban susurros que decían “Busco al amor, lo busco… ¿Dónde se habrá metido? Aquí no…”
La velocidad del tren sin rumbo y sin estación donde parar, que era la sociedad dejó caer su vagón y la dejó parada en mitad de la nada. Probablemente no volvería a por ella. Sin embargo, era la misma sociedad. Esa que una vez se portó con el amor como si del Principito con su Rosa se tratase: “Si alguien ama a una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas, basta que la mire para ser dichoso”.
Ahora parece que el Principito se ha olvidado de su Rosa y ha dejado que, pese a sus espinas, un cordero se la coma. O simplemente ha olvidado regarla y se ha marchitado.
Ella arrastraba ahora una flor marchita en su corazón, pero aun así la llevaba con ella.
Arrastraba el cadáver del amor sobre su espalda, alegrándose incluso por cosas que no existen. Y así, imaginando su felicidad, continuaba por un camino hacia lo incierto, lleno de cambios… Que la convertían en el último ser humano sobre la Tierra.